martes, marzo 20, 2007

Mi ciudad encantada


Hoy saco de mi arcón esta maravillosa foto, que bien podría representar uno de esos larguísimos puentes de las películas donde se producen las más apasionantes batallas del cine. Pero no, en realidad forma parte de un bonito pueblo de Gerona, que se llama Besalú.
Recuerdo perfectamente los dos únicos sitios donde sentí la misma sensación que este fin de semana en Besalú. La primera vez fue en Santillana del Mar en Santander, un pueblo que únicamente era recorrido por calles de piedra y donde el asfalto y los coches resultaban totalmente desconocidos. También fue la primera vez donde descubrí el verdadero regateo, no el que intentan hacerte con semanas fantásticas o 3x2, sino el de los pequeños comercios, estilo charcutería lola, para venderte unos gramitos más de embutido que tu en principio no querías y que al final acabas cayendo... Bien es cierto, que cuando llegas a casa y pruebas lo que has comprado, merece la pena el gasto extra, pero sobretodo te quedas con esa naturalidad a la hora de comunicarnos con personas que apenas conocemos, y eso en la gran ciudad cada vez lo vamos perdiendo más. La segunda vez fue en Cuenca, en donde están las famosas casas encantadas. Un lugar que me pude recorrer en un solo día y que sin embargo me aportó las cosas que realmente necesitaba para pasarlo bien y disfrutar de un fin de semana.
Todo esto, me sucedió en este fin de semana en Besalú. Un lugar encantado donde se respiraba sobretodo tranquilidad y donde pude disfrutar de aquellas pequeñas cosas, que decía la canción de Serrat, que son las que merece la pena para seguir día a día en este estresante mundo. Además de ese maravilloso puente de la fotografía, el pueblo está completamente empedrado y conserva ese aire medieval, que a mi tanto me gusta. Los pequeños bares tienen esos manjares que muchas veces no puedes comer por orden de médicos y dietas y que sin embargo yo no me privé de ellos y bien a gusto que me comí unas buenas torradas con longaniza y un plato combinado presidido por un buen pan para mojar en mi maravilloso huevo frito.
Pero más que nada, Besalú, es uno de esos lugares donde aunque solo se vea en un día, te merece la pena porque te ofrece las pequeñas cosas con las que nos gusta vivir cada día y porque te aleja de las cosas que te repatean de tu mundo real y lo convierte en mundo encantado.

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