lunes, febrero 25, 2008

Ya me he olvidado de los tambores

Hola a todos¡¡¡ Empezaré narrando mi fin de semana por lo último, ya que recien acabada esta obra que he podido ver en el teatro Alameda, Olvida los tambores, aún sigo muy confundida intentando entender qué me ha querido contar esta obra.

Precedida por una gran autora como es Ana Diosdado, nos cuenta la historia de una pareja de los años 70, muy liberales en cuanto a los conceptos tradicionales del matrimonio y las ganas de salvar al mundo de los peligros de la sociedad. En un principio, el mensaje me parecía que todos parecemos consecuentes con nuestras ideologías, pero que no sabemos llevarlas hasta los extremos y siempre hay algún fallo que corrompe nuestros ideales y que no nos hace ser fieles a nuestros pensamientos.

Pero después en un giro brutal, todos los personajes cambian de actitud y la tradicional pasa por querer ser diferente, el liberal quiere traicionar sus propios ideales para conseguir un beneficio, y todo esto se mezcla con unos diálogos morales muy complicados y con chistes fáciles, sin dejar de reposar lo que es la parte dramática y la parte cómica.

Y si a esto le añadimos que ninguno de los actores me ha ofrecido verdadera credibilidad de su personaje y todos estaban muy exagerados, con unas reacciones demasiado exacerbadas y que cambiaban de un rumbo a otro sin dar explicación, han conseguido que no me integrara por completo en la historia y que me olvidara de ellos y de sus tambores.

Y encima, ni el final ayuda.

Menos mal, que el sábado una luz me iluminó para ser lo más destacado de este fin de semana. Esa luz es mi madre. Me hizo una visita esperada, pero que al final resultó inesperada por todo lo feliz que me hizo sentir en unas horas y lo fácilmente que consiguió que me olvidara de mis problemas y disfrutara de lo que ella me estaba contando, de enseñarle mi casa, de que a veces me acariciara el pelo como me lo hacía de pequeña y que lo adorara y de que descubrieramos un sitio encantador para comer una deliciosa pizza de atún o una lasaña de verduras (y como no ese pastelazo de chocolate) y brindar con una exquisita cerveza italiana.

En un instante, se trasladaron las tornas y de ser yo la que le intentaba animar a ella, pasó a ser ella la que sin darme cuenta me regaló unas horas de su tiempo que se me hicieron muy cortas y en la que verdaderamente pude ser yo y contar las cosas que me gustan y reirme y olvidarme de los tambores y del mundanal ruido.

Envidio a mi madre por tener esa capacidad iluminadora. Es de esas personas que entra en un sitio donde no conoce a nadie y todo el mundo es incapaz de no mirarla, porque desprende buena energía y resulta hermosa tanto por su belleza externa, que resulta así de guapa por lo bella que es por dentro.

Lo que le agradezco y mucho, es que me haya contagiado y me haya dejado que herede esa locura transitoria, por la que todo el mundo se queda con la boca abierta y sorprendido, pero a la vez, por ser esa característica que nos hace inolvidables a los demás.

Gracias mamá.

p.d: Se me olvidaba uno de mis próximos objetivos es ser la madrina más guapa del mundo para mi ahijada Lucía. A ver si lo consigo. Y por cierto, otro de mis momentos inolvidables de mi fin de semana, es que conseguí dormirla en mis brazos y dos veces¡¡¡

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