Ya no es sólo que el Teatro Cervantes vaya contando sus estrenos en el Festival de Teatro por llenos, es que cada vez que Concha Velasco
aparece en este escenario, el estruendo de los aplausos es estremecedor
y el público le agradece su entrega en cada uno de los personajes que
interpreta levantándose y declamando su admiración hacia la artista.
Evidentemente sin Concha Velasco, esta tragedia no
hubiera tenido ni su origen ni se hubiera mantenido en ninguna de las
funciones que ya han hecho y que les quedan. Y aunque lo que digo es una
evidencia, es algo tan palpable y certero que no puedo obviar empezar
por ahí mi visión sobre esta estupenda versión sobre el texto de Eurípides.
Concha se come a Hécuba nada más aparecer de su tienda de campaña
donde llora la pérdida de su reino y sobre todas las cosas, la muerte de
sus hijos. En cada gesto con sus fuertes brazos que ya imperan el
coraje de esta mujer que quiere vengar la muerte de su familia, en cada
palabra de dolor, de rabia y de ira que desprende por ese maravilloso
don de la palabra que nos obsequia en cada frase que expresa y en la
manera generosa en la que brinda a todos los demás personajes, ese
protagonismo que les engrandece, pero es por su culpa. Por llevar en su
corazón una Hécuba por la que se entrega y por la que
el público tiene que agradecerle esa fuerza que nos regala a los amantes
del teatro y que tanto deseamos ver en cada obra de la que somos
espectadores.
Es muy difícil condensar esta historia en una hora y media y se
consigue marcando los detalles importantes y entendiéndose la trama en
su conjunto mediante unos diálogos claros que conservan esa esencia
clásica pero que, a la vez, se logran contemporaneizar de una forma
respetuosa para quién sea más ortodoxo en lengua clásica y se logra que
sea más comprensible para quién esté menos acostumbrado.
La escenografía es un regalo para contextualizar esa playa de Tracia
donde Hécuba y las mujeres troyanas lloran por sus seres perdidos y por
su condición de esclavas tras ganar los griegos la guerra de Troya. Hay
ropa vieja, arena y desechos que se pierden más allá del escenario y con
los que los actores pueden interactuar de una manera real consiguiendo
que su interpretación sea más verosímil. Aunque en las tablas del Teatro Cervantes nos sumergimos en un marco ideal, daría marcha atrás para verlo en su esplendor en las ruinas del Teatro de Mérida
que debió ser más apoteósico todavía. En cualquier caso, es un
excelente trabajo que ayuda a que nos metamos más de lleno en la
historia de Hécuba.
Aún así, por ponerle una mísera pega, creo poco acertado el uso de la
música en determinados diálogos que no hacía falta ponerle ese énfasis
porque ya las propias interpelaciones tenían ese poder atrayente y
evolutivo y menos acertado aún la elección de las voces del coro, que
emulan las troyanas, porque las voces no terminaban de compactar bien,
además de que el estilo no era el adecuado para una tragedia de estas
características. Creo, simplemente, que con un coro tradicional de este
tipo de obras, hubiera bastado y sobrado, porque recalco que la fuerza y
el valor de Hécuba lo tiene Concha Velasco.
Si tienen la oportunidad de que Hécuba pase por su vida, no dejen que
sea esclava de los griegos sin que haya conocido su venganza en los
miles de teatros que aún le quedan por recorrer. No lo olvidarán.
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