miércoles, enero 29, 2014

No me llames Hécuba, llámame desgracia

Ya no es sólo que el Teatro Cervantes vaya contando sus estrenos en el Festival de Teatro por llenos, es que cada vez que Concha Velasco aparece en este escenario, el estruendo de los aplausos es estremecedor y el público le agradece su entrega en cada uno de los personajes que interpreta levantándose y declamando su admiración hacia la artista.

Evidentemente sin Concha Velasco, esta tragedia no hubiera tenido ni su origen ni se hubiera mantenido en ninguna de las funciones que ya han hecho y que les quedan. Y aunque lo que digo es una evidencia, es algo tan palpable y certero que no puedo obviar empezar por ahí mi visión sobre esta estupenda versión sobre el texto de Eurípides.

Concha se come a Hécuba nada más aparecer de su tienda de campaña donde llora la pérdida de su reino y sobre todas las cosas, la muerte de sus hijos. En cada gesto con sus fuertes brazos que ya imperan el coraje de esta mujer que quiere vengar la muerte de su familia, en cada palabra de dolor, de rabia y de ira que desprende por ese maravilloso don de la palabra que nos obsequia en cada frase que expresa y en la manera generosa en la que brinda a todos los demás personajes, ese protagonismo que les engrandece, pero es por su culpa. Por llevar en su corazón una Hécuba por la que se entrega y por la que el público tiene que agradecerle esa fuerza que nos regala a los amantes del teatro y que tanto deseamos ver en cada obra de la que somos espectadores.
Es muy difícil condensar esta historia en una hora y media y se consigue marcando los detalles importantes y entendiéndose la trama en su conjunto mediante unos diálogos claros que conservan esa esencia clásica pero que, a la vez, se logran contemporaneizar de una forma respetuosa para quién sea más ortodoxo en lengua clásica y se logra que sea más comprensible para quién esté menos acostumbrado.

La escenografía es un regalo para contextualizar esa playa de Tracia donde Hécuba y las mujeres troyanas lloran por sus seres perdidos y por su condición de esclavas tras ganar los griegos la guerra de Troya. Hay ropa vieja, arena y desechos que se pierden más allá del escenario y con los que los actores pueden interactuar de una manera real consiguiendo que su interpretación sea más verosímil. Aunque en las tablas del Teatro Cervantes nos sumergimos en un marco ideal, daría marcha atrás para verlo en su esplendor en las ruinas del Teatro de Mérida que debió ser más apoteósico todavía. En cualquier caso, es un excelente trabajo que ayuda a que nos metamos más de lleno en la historia de Hécuba.

Aún así, por ponerle una mísera pega, creo poco acertado el uso de la música en determinados diálogos que no hacía falta ponerle ese énfasis porque ya las propias interpelaciones tenían ese poder atrayente y evolutivo y menos acertado aún la elección de las voces del coro, que emulan las troyanas, porque las voces no terminaban de compactar bien, además de que el estilo no era el adecuado para una tragedia de estas características. Creo, simplemente, que con un coro tradicional de este tipo de obras, hubiera bastado y sobrado, porque recalco que la fuerza y el valor de Hécuba lo tiene Concha Velasco.


Si tienen la oportunidad de que Hécuba pase por su vida, no dejen que sea esclava de los griegos sin que haya conocido su venganza en los miles de teatros que aún le quedan por recorrer. No lo olvidarán.

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